No es lo mismo: RELIGIÓN Y ASUNTOS PÚBLICOS




Alberto Mansueti

No, no es lo mismo; pero la visión de los asuntos públicos depende críticamente de la religión, aunque hoy esta opinión es rechazada. Sin embargo, de su rescate depende la recuperación de la libertad.

Hoy se rechaza la libertad individual, y el Gobierno limitado de la cual procede. Sus partidarios somos muy poquitos. ¿Y de quiénes esperamos una rehabilitación y defensa efectiva? ¿de los políticos? ¿de los empresarios? ¿acaso de los académicos? ¿o de los líderes religiosos, hoy sus más feroces atacantes?

Hagamos por favor un breve examen de las citadas categorías. Por supuesto, en todas hay excepciones, pero el panorama general es este:

#) Los políticos. Son los ejecutores principales del estatismo, desde hace unos 400 años, por no ir más atrás. Lo imponen, lo dirigen, lo gerencian y administran, y amorosamente lo cuidan cada vez que enferma, hasta que sana. Y por supuesto, mucho lo aprovechan.

#) Los empresarios, sobre todo grandes y medianos, son los beneficiarios del mercantilismo. Como Adam Smith sabiamente advirtió, son los últimos que quieren libre competencia. Rápido aprenden a limar sus diferencias de intereses, y a convivir con los políticos socialistas, democráticos o no.

#) ¿Los académicos? ¡Son los inventores del estatismo! Y lo legitiman “científicamente”, todos los días, para los adeptos a la religión científica. Porque con la Modernidad, y más aún con el Iluminismo, la Ciencia no reemplazó a la religión -como erróneamente se cree- sino que se hizo una religión, otra más, para las masas, sobre todo las de clase media, que se tragan sin crítica todo lo que digan los universitarios, sacerdotes de la nueva religión; que como toda religión falsa es politeísta, y sus dioses coexisten, la Ciencia y el Estado.

En cada departamento universitario para el estudio de la sociedad, predomina una corriente justificadora del Gobierno ilimitado, o varias: relativismo, empiricismo o racionalismo, utilitarismo, cientismo e ingeniería social, positivismos de todo pelaje, y ahora Posmodernismo.

#) Los líderes religiosos legitiman al estatismo para los adeptos de sus respectivas iglesias. Y hay estatismos para todos los gustos: mercantilismo para conservadores y neoconservadores, socialismo democrático y socialismo revolucionario para cristianos de izquierda.

Pero esto no siempre fue así. Esto es así desde que la religión judeocristiana fue erradicada de los asuntos públicos, hace unos 150 años. Desde entonces en la plaza pública falta el concepto específicamente cristiano de la política; y en las iglesias también, pues las ideas políticas adoptadas y manejadas son las mundanas, o humanistas seculares.

Hasta 1850 más o menos, el Cristianismo -en Occidente al menos- fue el más firme y eficaz baluarte contra el poder estatal usurpador y abusivo. La Declaración de Independencia de EEUU (1776) dice: “Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables …” significa que no pueden “alienarse”: enajenarse, cederse o abandonarse al Gobierno. ¿Por qué? Porque son dones de Dios; y como individuos creados, ante Dios somos por ellos responsables.

¿Qué mejor y más eficaz línea de defensa hay contra el estatismo? ¿Acaso el relativismo, el empiricismo o el racionalismo, el utilitarismo, o cualquier otro ismo devenido del Humanismo Secular (incluso el iusnaturalismo, el más respetable) son baluartes más firmes? Para nada; y el Profesor Hayek -muy bueno en Historia- sabía muy bien que la tradición judeocristiana es la base y fundamento más duro para todas las libertades, económicas y no económicas. Por eso en 1947 propuso llamar “Acton-Tocqueville” a la que después no aceptaron designar con los nombres de los dos pensadores cristianos, y por eso se llamó Sociedad Mont Pelerin.

Desde entonces se prohibe hablar de religión en los círculos políticos; y eso incluye a los grupos liberales y libertarios. Muchos de sus miembros y participantes creen a pie juntillas que la religión ha sido un obstáculo al progreso; pero la historia de Occidente muestra que la libertad ha progresado al paso que el cristianismo ponía freno a los despotismos, y que el estatismo ha avanzado al paso que la religión ha decaído o se ha pervertido. Afirman que aceptar a Dios no es compatible con la razón, sin ver que la creencia en un Universo que se dio existencia a sí mismo es racionalmente objetable, y requiere una enorme dosis de fe.

La defensa del credo liberal es imposible sin aludir a una base moral y ética. Y hablar de moral y ética es imposible sin referencia a la religión. La separación del Estado de las iglesias es muy saludable para ambas instituciones; pero no significa quitar la religión de los asuntos públicos, y relegarla a un asunto “meramente privado”, del que no cabe hablar en el Congreso ni en los partidos, sus reuniones y documentos.

La Primera Enmienda de EEUU dice: “el Congreso no aprobará ninguna ley que promueva el establecimiento de religión alguna, o que prohíba el libre ejercicio de la misma”. Esta norma garantiza la libertad de cultos. Y lo que prohibe es una iglesia oficial, sostenida por el Gobierno, con los impuestos de todos los contribuyentes. Dice que el Estado no debe ser religioso; lo que no implica que debe ser ateo, o que puede controlar las expresiones religiosas, privadas o públicas, de la gente. No manda una educación bajo control del Estado y adscrita a la religión evolucionista. Tampoco prohíbe invocar a Dios, o mencionarlo, o citar la Biblia en la plaza pública. Ni veda a los cristianos proponer el modelo bíblico de Gobierno: Limitado.

Expulsar la religión de la mesa de discusión de asuntos públicos fue un éxito para los enemigos de la libertad. Para sus amigos, es de lamentar. Y para los creyentes, es vergonzoso que haya sido con el acuerdo de muchos dirigentes eclesiásticos: a cambio de algunas prebendas y/o una frágil garantía para el culto privado, dieron su silencio, su conformidad o su complicidad a la estatolatría, adoración al ídolo pagano más viejo de la humanidad, y exigente cobrador de los sacrificios humanos más crueles: el Estado.

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No es lo mismo: ACADEMIA Y POLÍTICA




Alberto Mansueti

¿Cómo se imponen unas ideas políticas sobre otras? ¿De qué depende que triunfen ciertas doctrinas y se lleven a la práctica, y otras sean marginadas y derrotadas? Hay sólo tres medios para decidir cuál pensamiento político se va a adoptar y cuál a desechar: los argumentos; el proceso político; y las armas.

#) El de los argumentos es el terreno de los hechos, las hipótesis, las demostraciones y la lógica. De las premisas, conclusiones intermedias y finales, y recomendaciones de política. La pregunta es ¿quién tiene razón?

#) El proceso político ya no es tan racional. No es tan decisivo tener razón, ni cuáles son los hechos más relevantes, las teorías más sólidas, o los argumentos de más peso. En la era pre-democrática es quién gana el favor del Rey, sus Ministros y cortesanos. Los argumentos no faltan, pero los intereses cuentan, y a veces mandan. ¿Y en la democracia? Igual. O peor: el “soberano” ya no es el Rey, una persona, sino el pueblo, que son millones de adultos inmaduros. Gana su favor quien sea capaz de presentar su caso de modo más atractivo, considerando intereses, prejuicios, temores y otros sentimientos. La pregunta es ¿quién tiene más votos?

#) El de las armas es el más irracional. La política está presente, pero sólo acompañando a la pólvora y las balas. ¿Quién tiene más poder de fuego y provisiones, y mejor despliegue y estrategia?

Primero hablan los argumentos; después, los votos; y por fin, los cañones. Y este orden no es arbitrario: es el orden en que sucesivamente fracasan las ideas y doctrinas políticas que se aplican. Sí; así es: cuando un pensamiento político fracasa en el terreno de los argumentos, recurre al proceso político; hoy en día, a la democracia. Y cuando pierde las votaciones, saca las municiones. Por eso casi siempre las peores recetas políticas -las más irracionales e injustas- son las que se llevan a la práctica.

Desde su invención en el s. XIII, la vida intelectual discurrió en la Universidades. Pero hasta los años 1700 las aulas universitarias fueron relativamente autónomas. Vivían de lo que producían, y aprovechaban muy bien el equilibrio de poderes entre Papas y Emperadores, Reyes y órdenes religiosas, caballeros y gremios, señores feudales y ciudades libres. Pero desde el s. XVIII, con el despotismo y el nacionalismo, se hicieron dependientes del Estado, y cayeron bajo su control. El despotismo siempre es “ilustrado”: quiere tener razón a toda costa, sobre todo cuando no la tiene. Y el despotismo de las masas no es diferente.

Sometida al proceso político, la vida universitaria se politizó. Y se mediatizó, se burocratizó y se arruinó, lo cual fue muy lamentado por los verdaderos intelectuales y científicos, como Adam Smith y David Hume. Hubo un divorcio entre la vida intelectual y la vida académica, hasta hoy en día.

En la vida intelectual, lo decisivo es conocer hechos relevantes, exponer teorías sólidas y argumentos de peso. En la vida académica -salvo excepciones- lo decisivo es acumular diplomas y acreditaciones, no importa su mérito, y publicaciones, sin considerar su valor, y ganarse el favor de las autoridades a cualquier precio, incluso el sacrificio de la verdad. Y apoyar al Estado en todas sus pretensiones.

Uno de los más consistentes defensores del libre mercado, Friedrich A. Hayek (1899-1992), Premio Nobel de Economía 1974, lo sabía: todos los totalitarismos del s. XX nacieron en las Universidades controladas por el Estado. Desde 1931 Hayek enseñó en la London School of Economics, donde con mucha penuria se opuso a las entonces dominantes tesis de Lord Keynes y su escuela. En 1950 se mudó a la Universidad de Chicago, y no recibió el reconocimiento que merecía. Por ello regresó a Europa en 1962, a la Universidad de Friburgo, en Alemania.

Entre 1944 y 1951 escribió Hayek una serie de ensayos, publicados como libro en 1952: “La contrarrevolución de la ciencia, estudios sobre el abuso de la razón”. Allí se explaya sobre la naturaleza de las ciencias sociales y su objeto propio: las consecuencias no intencionadas de acciones humanas intencionadas. Hayek distingue entre ciencias sociales y naturales, y hace la aguda crítica del cientismo -que después calificaría como “racionalismo constructivista”- no igual al racionalismo crítico de su amigo Karl Popper. Denuncia como abuso de la razón a la “mentalidad ingenieril”: buscar soluciones a los problemas de la sociedad como si se fuese a hacer una fábrica, una carretera o una usina eléctrica, desafortunada tradición que remonta a Saint-Simon, Auguste Comte y la Escuela Politécnica de París -incubadora del socialismo- y que se mantiene hasta hoy.

Por esas razones, en 1947 Hayek y un grupo de liberales clásicos fundaron la Sociedad Mont Pelerin, sustentando unos postulados y buscando unos objetivos claramente políticos, no científicos ni académicos. En la Declaración de Principios expresaban su preocupación por los amenazados valores de la civilización. Veían que la posición de los individuos, empresas y grupos voluntarios era continuamente minada por el poder arbitrario, y que las libertades de pensamiento y de expresión estaban amenazadas por credos que exigían tolerancia siendo minoritarios, pero sólo esperando ganar el poder suficiente como para suprimir todos los puntos de vista excepto el suyo. Y denunciaban en 1947 el relativismo, una visión de la sociedad y de la historia que niega todo patrón de moral absoluta, y que mucho contribuyó a la falta de confianza en la propiedad privada y en el libre mercado, sin los cuales es difícil concebir una sociedad en la cual la libertad pueda ser efectivamente preservada.

¿Figuraba entre sus objetivos recuperar las cátedras y posiciones universitarias perdidas por los adeptos al liberalismo clásico? No. Y no podemos nosotros ser injustos, y reclamarles que no lo lograron. Lo que sí podemos reclamarles es el fracaso en sus objetivos políticos, debido a que creyeron que para lograrlos, era suficiente con tener razón.

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No es lo mismo: IGNORANCIA Y ESTUPIDEZ


Alberto Mansueti


Ignorancia es la falta de conocimiento o el defecto en el conocimiento de algún asunto; por eso ignorantes somos todos -y en gran medida- respecto al inmenso universo de temas y materias, salvo las poquitas que conocemos. Pero ignorancia no es lo mismo que estupidez. Estúpidos no somos todos; aunque todos nos comportamos a veces como tales.

Carlo M. Cipolla (1922-2000) fue un matemático ítaloestadounidense, especializado en historia de la economía, autor de una brillante Teoría de la Estupidez Humana (en su libro “Allegro ma non troppo”, de 1988).

Parte de un simple hecho: los estúpidos son irracionales, y no tienen estructura, coordinación, estatutos, voceros ni manifiesto; pero sin embargo resultan casi siempre las personas más influyentes y determinantes. Y se pregunta ¿Cómo puede ser esto? ¿Sólo por ser tan numerosos? ¿O hay alguna falla en el conjunto de personas no estúpidas?

Los no estúpidos muchas veces nos comportamos como estúpidos: irracionalmente; he ahí el problema. Vea Ud. las “cinco leyes fundamentales de la estupidez”:

1) Los no estúpidos subestimamos el número de estúpidos en circulación. Un punto importante es que el coeficiente de estúpidos (σ = sigma) es una constante. ¿Qué porcentaje? No podemos decir que 30 o 40 o XX por ciento, pues nos equivocaríamos, debido a la primera ley.

2) La estupidez es una variable por completo independiente: no es cosa de raza, sexo, edad, nivel socioeconómico, religión, ideología o lugar de procedencia; ni siquiera de educación. Hay estúpidos de todas las etnias y colores, sexo (¿género?), edades, niveles de ingreso y clases sociales, religiones, ideologías, ciudades, regiones y países, y grados de educación

Aquí va otro punto importante, y pare hacerse entender mejor, el Dr. Cipolla emplea el lenguaje de la teoría de conjuntos. Dice así: los ignorantes no son necesariamente estúpidos; pero muchos estúpidos son no ignorantes, resultan ser hasta profesores universitarios con muchas obras publicadas, posgrados, premios y reconocimientos.

3) ¿Qué es ser estúpido? Una persona es estúpida si su conducta irracional causa daño a otra u otras sin obtener ella ganancia alguna, o peor aún, provocándose daño. Hay cuatro grupos de gentes: los inteligentes, que se benefician a sí mismos y a los demás; los malvados, quienes se benefician ellos pero perjudican a los demás; los estúpidos (se perjudican a ellos y a los demás); y los infortunados: benefician a los demás, pero se perjudican a sí mismos.

La mayoría de los individuos no actúa consistentemente, explica el Dr. Cipolla. Bajo ciertas circunstancias una persona puede actuar como inteligente y en otras como no inteligente. La excepción es la persona estúpida, por su fuerte y marcada tendencia a un comportamiento estúpido en todo tiempo, lugar y circunstancia. Además, el inteligente y el malvado conocen su respectiva condición, en cambio el estúpido no sabe que lo es; tampoco el infortunado (incauto) tiene conciencia de tal. Y a diferencia de la conducta del inteligente y del malvado, la del estúpido no es previsible; de ahí su extrema peligrosidad social.

4) Asociarse con estúpidos es un error costoso. Pero la persona no estúpida también subestima siempre el potencial dañino de la gente estúpida.

5) El estúpido es el tipo más peligroso. Tras investigar concienzudamente muchas civilizaciones y culturas, el Profesor Cipolla confirmó que el coeficiente de estúpidos (σ = sigma) es una constante histórica. Entonces se preguntó: ¿por qué unas sociedades prosperan y otras fracasan? Respuesta: depende de la capacidad de los individuos inteligentes para mantener a raya a los estúpidos.

En las sociedades fracasadas, la “fracción sigma” (porcentaje de estúpidos) no necesariamente crece; pero en el resto de la población sí crece el número de infortunados idealistas y asimismo el de los bandidos o malvados, sobre todo entre quienes detentan el poder. Y los inteligentes son muy pocos, e incapaces de orientar y encausar a los ingenuos, de contener a los estúpidos, y de vencer a los malvados; lo cual conduce a todos a la ruina. Por eso creo yo que el empuje del socialismo radica en la enorme hueste de estúpidos, conducidos por malvados que se apoyan en ignorantes incautos, tras los cuales se disimulan y atraen a los estúpidos. Y en que los inteligentes nos comportamos como estúpidos.

El socialismo avanza porque la oposición al socialismo es incapaz de definirse claramente por el Gobierno limitado, los mercados libres y la propiedad privada; de trazar un proyecto político en esa dirección, de pasar el mensaje y organizarse con eficacia, y de ganarse la voluntad de la gente. Por eso los socialistas ganan elecciones, como en Venezuela Chávez le ganó a Salas (1998) y en Honduras Zelaya le ganó a “Pepe” Lobo (2006). Y una vez los socialistas en el poder, es estúpido esperar que se comporten como no socialistas. Pero en cambio la oposición al socialismo sí es capaz de dar golpes militares, como el 11 de abril de 2002 en Venezuela, y como el 28 de junio en Honduras. Y pretende disfrazarlos y decir que no fueron golpes de Estado. Lo siento; en eso no estoy de acuerdo.

Porque el recurso a la fuerza es moralmente legítimo sólo bajo ciertas condiciones; y una de ellas es que hayamos agotado los medios pacíficos y la vía de la persuasión. Y quienes defendemos el Gobierno limitado no hemos siquiera intentado persuadir a la masa de opinión.

Los libremercadistas hemos sido incapaces de delinear y proponer en términos claros y sencillos un proyecto político atractivo en pro del Gobierno limitado, los mercados libres y la propiedad privada; de pasar el mensaje y organizarnos con eficacia, y de ganarnos la comprensión y la buena voluntad de la gente. Por eso los socialistas ganan elecciones.

“No hemos sabido vender nuestro producto”, se oye decir en los círculos de libertarios y liberales clásicos. ¿Por qué? ¿Por cuáles razones? Y lo que es más importante: ¿Y cuándo vamos a aprender? ¿Qué estamos esperando? Sigamos con la serie, por favor, si le parece.

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No es lo mismo: NEO-LIBERALISMO Y LIBERALISMO CLÁSICO


Alberto Mansueti



Liberalismo clásico (Classical Liberalism) es la corriente de pensamiento que propone el Gobierno limitado, y la economía libre o capitalista, su resultado natural. No confundir con “Liberalism” en inglés: es la que defiende exactamente lo opuesto. Tampoco hay que confundir con el “Neo-liberalismo”. Y el Neo-liberalismo es una cosa en el papel y otra en la práctica. Vamos despacio entonces ..

En los años ’80 el economista John Williamson se hizo famoso entre sus colegas con su libro “IMF Conditionality”. Expuso por primera vez el recetario que después sería el “Washington Consensus”. Enunciado como un Decálogo, en diez verbos, era así:

1) imponer disciplina fiscal;
2) reducir las tasas de impuestos y aumentar así la recaudación total;
3) reorientar el gasto público hacia la atención médica básica, la educación primaria y la infraestructura;
4) liberalizar las tasas de intereses;
5) mantener un tipo de cambio “competitivo”;
6) eliminar restricciones no arancelarias al comercio exterior, y reducir poco a poco los aranceles hasta un arancel efectivo promedio de 10 % a 20 %;
7) liberalizar el flujo de inversión extranjera directa;
8) privatizar las empresas estatales;
9) eliminar las barreras al ingreso y salida del mercado, reduciendo trabas legales;
10) fortalecer los derechos de propiedad privada.

¿Es bueno eso? Más o menos. Algunos mandamientos sí, otros no. Y otros son discutibles, en sí mismos o en sus consecuencias e implicaciones:
-- es buena la disciplina fiscal, pero recortando gastos, no aumentando ingresos (1-2);
-- la jerarquización de las funciones estatales es imprescindible, y es función del Estado construir obras públicas, mas no enseñar (3), y en todo caso la ayuda estatal a la educación de los pobres puede ser con cupones;
-- es malo manipular el tipo de interés (4); pero también el tipo de cambio (5);
-- ¿por qué no arancel cero? (6) ¿y por qué desregular los mercados (9) y la inversión extranjera (7), pero no la nacional, o la repatriada?
-- es bueno privatizar los monopolios estatales (8), pero no para hacerlos privados sin dejar de ser monopolios.
-- El monopolio viola el derecho de propiedad (10) de los otros. Monopolio no es una empresa grande, ni una empresa sola en un mercado. Es la que goza de privilegios especiales en impuestos, insumos, materias primas, aduanas, seguros, relaciones laborales o con los bancos, etc., otorgados como especiales y exclusivos favores políticos por Gobiernos y Legislaturas.

Pero, ¿se aplicó el decálogo en la práctica? Más o menos. Desde los ’90 hubo y hay reformas y medidas económicas muy mal concebidas y peor ejecutadas por los Gobiernos, el FMI, el Banco Mundial y Universidades asociadas. Si se observa de cerca lo ocurrido más allá del papel, hubo muy graves fallos; y de liberalismo clásico poco y nada:

#) El Estado no redujo drásticamente sus funciones. No conforme con su rol de diputado o senador, juez, policía y soldado, diplomático y contratista, quiso seguir de maestro y educador, médico, odontólogo y bioanalista, promotor deportivo, científico, artístico y cultural etc., y ductor general de la sociedad. Y en lo económico apenas admitió cambiar en algunos casos su papel de propietario de empresas por el de gerente y director general.

#) En consecuencia los Gobiernos no redujeron competencias, poderes y prerrogativas, ni tamaño ni presupuesto. ¿Y su personal? A veces, muy poquito.

#) Tampoco redujeron el gasto estatal, ni cesó el endeudamiento público. Las privatizaciones fueron fiscalistas, y capitalizaron a los Gobiernos. Los monopolios estatales fueron privatizados sin dejar de ser monopolios, para exigir precios muy por encima del real valor de mercado de los activos, sólo a tiro de grandes complejos empresariales y consorcios internacionales apalancados por grandes Bancos. Y que después recuperaron sus enormes inversiones con elevadas tarifas, para usuarios y consumidores tan pobres como antes, o más.

#) No aceptaron eliminar la inflación como medio de financiarse, sólo reducirla. Por ello se siguió con la emisión de papel sin respaldo real (metálico u otro); con la banca de reservas fraccionarias; y con la manipulación artificial de las tasas de interés a la baja, estimulando el endeudamiento.

#) La inflación fue parcialmente reemplazada por el IVA y otros tributos, y los aranceles fueron sustituidos por los derechos antidumping, pero la presión tributaria no se redujo, al contrario.

#) No derogaron las leyes malas (que describo en mi libro “Las leyes malas”); todo lo contrario: también subió la presión reglamentaria.
-- Los monopolios privatizados fueron encuadrados en los reglamentos pero sin someterse a la justa dictadura de la abierta competencia.
-- Según la nueva ortodoxia económica, los controles de precios fueron reemplazados por las leyes del Consumidor y “pro competencia”.
-- Según la nueva “política correcta” se introdujeron costosos reglamentos laborales, ecoambientalistas y de “género”, de la niñez y adolescencia, indígenas, discapacitados, etc.
-- Y las burocracias se extendieron a toda la economía y a la vida nacional entera, impidiendo a las iniciativas individuales expresar su creatividad y fructificar.

#) El viejo modelo cepalista de sacrificio de la exportación en aras del mercado interno se cambió por el opuesto: sacrificio del mercado interno en pro de la exportación, pero siempre con la planificación central. Sólo cambiaron sus objetivos y modalidades, y los sectores protegidos, pero no el proteccionismo.

#) La integración latino o centroamericana, caribeña, andina o mercosurista, no hizo liberación comercial. Sus listas de excepciones siempre fueron más extensas que los propios acuerdos, y letra chica mata letra grande. La visión de “bloques” políticos no es de Milton Friedman ni de la Escuela de Chicago; es más bien típica de la teoría “dependentista” del subdesarrollo de los ’50 a los ’70: Raul Prebisch, André Gunder Frank, el ex presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso, Enzo Faletto, Celso Furtado, Enrique Iglesias, Osvaldo Sunkel y Pedro Paz.

En resumen: los cambios fueron pocos, mal orientados, muy alejados del libre mercado. No idóneos e insuficientes. Puros fracasos. Pero poco y nada de liberalismo tuvieron, y el nombre que le cabe a eso sería ¡Neo-mercantilismo!

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No es lo mismo: IZQUIERDA, DERECHA Y CENTRO


Alberto Mansueti




¡No tenga miedo a las palabras “capitalismo” ni “Derecha”! Si a la economía libre llaman “capitalismo liberal”, pues asumamos su defensa, ¿y qué? Y si los propulsores del socialismo se llaman de Izquierda, entonces los del capitalismo somos de “Derecha”, ¿y qué?

En eso los socialistas no son acomplejados, y una de las razones de su amplio predominio es que nos endilgan a nosotros los calificativos de “capitalistas” y “derechistas” como epítetos infamantes, y no los reivindicamos: por eso nos tiran a la lona en el primer round. Pero otro gallo cantara si asumimos nosotros esos términos. Y los clarificamos y matizamos: así como hay muchas clases de izquierdas, democráticas y revolucionarias, así también hay muchos tipos de derechas, mercantilistas y liberales.

Los socialistas ahora no tienen exactamente las mismas ideas que antes -ni sus oponentes- pero no es cierto que los términos Izquierda y Derecha hayan perdido vigencia, o esos conceptos se hayan desactualizado. Aunque para comprender bien sus significados conviene rastrearlos desde su origen, a fines del s. XVIII, en la revolución industrial inglesa, y en la revolución democrática francesa.

#) “Capitalismo” es el sistema de economía libre y Gobierno limitado (“gendarme nocturno”), que en el pasado hizo ricos a países muy pobres hace 300 o 200 años: Suiza, Holanda, Escocia, Inglaterra. Se basa en la libre y abierta competencia, con igualdad de oportunidades jurídicas. Sin ser perfecto -nada humano lo es- es muy superior a cualquier otro en orden a permitir la creación de riqueza para todos.

#) Estatismo es el sistema contrario, el de siempre en Latinoamérica, excepto en parte entre 1880 y 1930.

El estatismo viene en dos variedades: mercantilismo y socialismo; el primero es malo, y el segundo es peor. Mercantilismo es un sistema de privilegios para oligarquías económicas, que permite crear riqueza sólo para unos pocos, y el resto sigue en la pobreza. Y la pobreza se junta con la ignorancia, y engendran el socialismo, sistema de privilegios para oligarquías políticas, que no crean riqueza para nadie sino que destruyen la poca que hay.

#) El socialismo debe ser analizado y juzgado por sus resultados reales, y no por aquellos supuestos logros ideales que sus partidarios dicen perseguir, de palabra y en el papel, en sus discursos, sermones, clases y charlas.

Hay dos subespecies de socialismo: el reformista, democrático o girondino (menchevique), que se impone mediante la propaganda engañosa; y el revolucionario o jacobino (nazi o comunista: bolchevique), que usa la presión y las armas: stalinista, mussolinista, hitlerista o maoísta.

Mediante el proceso político -el toma y dame del estatismo- las izquierdas blandas y las derechas antiliberales combinan socialismo democrático con mercantilismo, creando y repartiendo privilegios para oligarquías políticas y económicas a la vez. Siempre fracasan.

Y tras los inevitables fracasos de estas combinaciones irrumpe siempre el ala más dura, comunista y radical. Así es p. ej. otra vez en Venezuela, Bolivia, Ecuador o Paraguay, con Presidentes que ahora la clase media repudia, pero que como candidatos contaron con buena parte de sus votos.

#) “Izquierda” se llamó durante las sangrientas revoluciones europeas de 1789, 1820, 1830, 1848, 1871 y 1917-18, a la fuerza ideológica y política que en nombre del socialismo atacó violentamente el Gobierno limitado, el capitalismo y la propiedad, la ética socialmente aceptada (“victoriana”) y las instituciones tradicionales: matrimonio, familia y religión. En estas trágicas masacres asesinaron aldeas completas de gentes, y diezmaron pueblos y villas, y barrios o sectores enteros en muchas ciudades.

#) “Derecha” se llamó desde entonces a la muy heterogénea alianza de factores sociales, económicos, religiosos, militares y políticos que reaccionaron (“reaccionarios”) resistiendo con determinación y vigor a las izquierdas: elites urbanas, clase media de las villas o burgos (“burguesía”), Iglesias, ejército, los monárquicos (constitucionales y absolutistas) y los tradicionalistas y conservadores. Y liberales. Pero también mercantilistas.

Sin embargo, ya en el s. XX -desde las revoluciones mexicana (1911) y rusa (1917)- las derechas se perdieron en nostalgias románticas y defensas de privilegios, y fueron incapaces siquiera de poner contención a las izquierdas.

#) Y emergieron dos facciones ultrasocialistas: las del fascismo y socialismo nacional, y las del comunismo o socialismo internacionalista (“proletario”). Las segundas acusaron falsamente de “derecha” (¡extrema!) a las primeras. Pero no hubo grandes diferencias; sólo lucha por el poder. Sean camisas rojas, negras o pardas, sus “logros” fueron hambre, miseria, opresión, guerras sin fin, campos de concentración, torturas, muerte y sufrimientos. Balas y sangre. Pol Pot.

#) Aunque después de 1945 se fue imponiendo el demosocialismo de camisa blanca, en sus ediciones escandinavas, anglosajonas -laborismo o new deal- o a la francesa, y árabe, sionista, iberoamericana, negras, tercermundistas, etc. Tampoco hubo muchas diferencias, y no mucho mejores fueron los frutos observables:
-- estatismo: Estado intervencionista, ineficiente y parásito;
-- gasto público desbordado, con impuestos exorbitados, y en muchos casos astronómicas deudas estatales;
-- degradación de la moneda e inflación de precios, y con alto desempleo;
-- regulaciones paralizantes y anticompetitivas, con improductividad e ineficiencia en las empresas privadas;
-- inseguridad en las calles, injusticia en los tribunales, y corrupción galopante;
-- y por último, pero no menos destacable: medicina y educación políticamente subordinadas a los Gobiernos y de calidad muy pobre, y jubilaciones y pensiones indignas y miserables.

Es cierto que la derecha mercantilista favorece los privilegios, injustos y por ende inmorales. Pero la derecha cristiana y liberal, defiende la propiedad privada contra las expropiaciones, invasiones, robos y secuestros; la ley y el orden contra la criminalidad y la anarquía; el trabajo, el ahorro, la inversión y la producción contra el populismo y el distribucionismo; la creación de riqueza contra la pobreza; y la familia contra su depauperación y desaparición. Nada de malo.

#) ¿El “centro”? Es el intento de esconderse en una fórmula de compromiso, en la práctica siempre estatista, mucho menos que óptima, e intrínsecamente inestable. O es un subterfugio para evitar la definición.

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No es lo mismo: CAPITALISMO Y MERCANTILISMO


Alberto Mansueti


“Capitalismo” es como llaman a la economía libre, que nunca tuvimos en Guatemala ni en América latina, al menos plenamente. Lo que tuvimos fue mercantilismo: la economía estatista a favor de los privilegiados ricos.

¿Y el socialismo? Es la economía estatista que dice favorecer a los pobres, pero en realidad favorece a los privilegiados políticos. Y lo que tenemos hoy en Latinoamérica -y el mundo- es una desafortunada combinación de ambas variedades de estatismo: mercantilismo y socialismo.

En una economía “capitalista”, los precios de los bienes, servicios y factores productivos, y demás condiciones de los intercambios, son acordados por voluntario consentimiento de vendedores y compradores. Sin privilegios diferenciales conferidas por el Estado a ciertos sectores particulares en exclusividad, los verdaderos monopolios. Y sin coerción ni fraude. Así los niveles de precios, ahorro, inversión, empleo, producción y consumo, etc., se determinan según los procesos de los mercados, y asimismo las ganancias, rentas y salarios y demás resultados obtenidos por los participantes. Es un sistema eficiente y moral.

Y realista. Las leyes naturales de los mercados son determinadas por la conducta humana tal como es, animada por el deseo natural de mejorar la propia condición, mediante el uso de la razón, explotando las oportunidades disponibles para satisfacer las propias necesidades, comenzando por las materiales. En el ahorro, inversión, trabajo, producción, consumo, etc., cada quien sigue su propio interés. Pero así genera riqueza y crea empleo; y de tal forma ayuda al prójimo, aún sin ser ese su propósito y voluntad, y hasta mejor que si lo fuese.

Tales procesos se expresan en las leyes de la economía como ciencia: leyes de la oferta y la demanda, pero también de la utilidad marginal, rendimiento decreciente de los factores, costos y beneficios, etc. Como dichas leyes lo describen y explican, los logros o fracasos de cada quien resultan de las decisiones “marginales”, cotidianas y continuas, según cálculo racional: trabajar o no; consumir, ahorrar o producir; asociarse o seguir solo; comprar el insumo X o el Y; emplear el recurso A o el B, etc. Ud. puede ver estas leyes en cualquier texto de Economía de la corriente austriana, la que más fielmente se apega a la realidad económica.

En el mercantilismo en cambio, los precios y condiciones de intercambio son fijados por los Gobiernos. La riqueza depende de la negociación con el funcionario. Y el éxito depende del soborno, o del cabildeo y astucia para influir en la fabricación de leyes. La ganancia ya no depende de la capacidad, habilidad y disposición para ser cumplido, y creativo, prudente, ahorrativo y eficiente, dejando satisfechos a clientes, empleados y proveedores. Se puede uno enriquecer sin servir y enriquecer a los demás. Por eso es un sistema ineficiente. E inmoral.

E irrealista. Como en toda forma de estatismo, se pretende que la conducta humana sea como los planificadores nos dicen que “debería ser” o que “deberíamos” hacer. Se nos dice que los intereses individuales deberían ceder paso al de la nación, o al interés común. Aunque ellos -los dirigentes y “líderes” estatistas- hacen en realidad otra cosa: jamás descuidan su interés propio (el de ellos) y más bien lo anteponen.

Y como en todo estatismo, se inventan unas “escuelas” de la economía, muy alejadas de la verdad científica, pero que no obstante prevalecen en las academias universitarias -controladas por los Gobiernos- porque son las que mejor cubren las mentiras del poder. En el s. XVIII la escuela mercantilista fue la doctrina económica del despotismo ilustrado. En el s. XIX florecieron la Escuela histórica alemana y el marxismo, para legitimar “científicamente” las pretensiones del prusianismo y del socialismo. Y en el s. XX tuvimos la proliferación de Escuelas del “mainstream” (corriente principal).

Un sistema capitalista no se circunscribe a los bienes y servicios “económicos” -comida, ropa, viviendas, seguros- y al campo convencional de la economía. En una sociedad libre, la educación, los servicios médicos, y las jubilaciones y pensiones -así como la información, la comunicación y el entretenimiento- también se arreglan mediante procesos de mercado. Las escuelas, clínicas, cajas de jubilaciones, medios de prensa, etc, deben estar abiertos a la competencia, para optimizarse el uso de los recursos, y asignarse conforme a las prioridades establecidas por la sociedad, expresadas en las demandas de mercado. Es la única manera de tener esos bienes y servicios abundantes, económicos y de buena calidad.

El capitalismo requiere además un modelo político: el Gobierno limitado. En el Gobierno sin fronteras, el Poder Ejecutivo interviene amplia y arbitrariamente en todas las actividades económicas, apoyado en profusas y confusas leyes reglamentaristas. Un Gobierno limitado no es que no existe o no interviene en la economía, sino el que se limita a tratar con la violencia y el fraude, y mediante las leyes generales. Y en tales casos interviene, en la economía y en toda actividad privada, pero sólo entonces, a través de jueces, y con arreglo a las disposiciones establecidas en esas leyes. Interviene en conflictos de derechos, no de intereses, que se resuelven por las vías de los mercados.

Por último, en el capitalismo la política también es un proceso de mercado. Hoy los gobiernos reglamentan al detalle y autoritariamente las actividades de los partidos. Les exigen adoptar la ideología democrática, y practicarla: que cada tanto hagan asambleas para renovar autoridades etc.; y que sus campañas y financiamientos se hagan conforme a los reglamentos. Y nos parece muy bien. Pero en una democracia liberal es distinto: con libertad de pensamiento, puede haber partidos democráticos, y otros no. Y los partidos deben competir por el favor del público: no es el legislador ni el funcionario electoral quien decide. Somos los ciudadanos quienes ingresamos, y permanecemos, o salimos de los partidos cuyas declaraciones, vida interna o forma de hacer campañas o financiarse nos desagrada -votando con los pies- e ingresando en otros, o creando los que no existen aún.

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