Honduras: Democracia contra República



Guillermo Rodrígez

Toda república es, en algún grado, democrática; pero no toda democracia es republicana. De hecho los excesos de mayorías democráticas han causado la destrucción de república, tras república, de la remota antigüedad clásica al presente. Tal es el verdadero telón de fondo de lo que ocurre en Honduras. Pero no por ello deja de ser un problema complejo, en el que dejando de lado la tiranía de lo “políticamente correcto” importa entender que no es para nada sencillo tomar posición por uno u otro bando, sino por la legalidad republicana que es lo que se debe defender por encima de cualquier otra preferencia.

Razones sobran para desconfiar de la Fuerzas Armadas Hondureñas, es lamentable, pero es cierto. La Corte Suprema y el Congreso están lejos de la ser modelos excelentes de sus respectivos papeles, eso es cierto, pero en esta región los hay peores. Zelaya ha sido un presidente democráticamente electo, cuya intención de utilizar su democrática mayoría circunstancial para destruir lo poco de de República que existe en Honduras, construir en su lugar una “institucionalidad” a su medida y constituirse en caudillito eternizado de una variante del socialismo radical, es tan pública, notoria, confesada y evidente que resulta sencillamente indiscutible; como obvio es que todo ello lo hace en el marco continental de una serie de esfuerzos por avanzar en un proyecto socialista del siglo XXI, del que eternizar en el poder presidentes originalmente electos en un juego alternativo es parte importante, no única ni definitiva, pero si importante y necesaria al nuevo proyecto socialista, especialmente en circunstancias como las de Honduras.

Así las cosas, la cronología de los hechos es clara y no presenta dudas:

La Constitución Hondureña prevé y norma la convocatoria de una Asamblea Constituyente y Zelaya convocó un referendum sobre el tema.
Dado que la normativa constitucional le permite al Congreso, no al Presidente, tal convocatoria, la Corte Suprema declaró ilegal la convocatoria del Presidente.
El Presidente se declaró en rebeldía contra la Corte Suprema y la Constitución, e insistió en su convocatoria calificando la consulta ilegal de “no vinculante”.
Las fuerzas militares, afirmando que obedecían a la Corte y al Congreso lo destituyeron.
El Congreso nombró presidente interino intentado cerrar el caso de acuerdo a lo establecido por la Constitución Hondureña.
Suena a que Corte, Congreso y militares tienen la razón, pero no es tan simple, porque si Zelaya intentaba imponerse sobre la Constitución y las instituciones, quienes lo destituyen no lo hacen con escrupuloso apego a los procedimientos del caso. ¿Dónde están las más notorias fallas institucionales? Primero en la expulsión del país de Zelaya, y otros funcionarios de su gobierno; una “solución” inaceptable para ser puesta en practica por quienes afirman que han destituido a un presidente que se ha puesto fuera de la Ley –contando posiblemente para ello con apoyo de buena parte de los gobiernos de la región– y al que entonces correspondería juzgar al máximo tribunal de su propio país. Segundo por el grado de protagonismo militar creciente a lo largo de la crisis. Y tercero por los complejos y polarizados intereses, internos y externos a Honduras, que toman partido en torno a lo ocurrido, y forman opinión al respecto, no por lo que se hizo, sino por quién lo hizo.

El mandatario Venezolano casi anuncia la invasión militar de Honduras para restituir a Zelaya. Poco probable, pero el que los militares se tomaran la “libertad” de expulsar embajadores (por mucho que con la anuencia de Zelaya estos intervinieran en los asuntos internos de Honduras indebidamente) sin la menor duda justifica plenamente a Chávez y Castro, como Jefes de Estado, para protestar e incluso actuar –una torpeza enorme de quienes destituyeron a Zelaya– pero que el equilibrio de poderes regional les permitiera realmente actuar por medios militares unilateralmente ya sería más difícil, aunque no del todo imposible. Más factible será que en el propicio ambiente político e ideológico logre encabezar un completo bloqueo económico a Honduras, cosa relativamente simple para Caracas –y más en la medida que en Washington miren para otro lado– contra un país que depende completamente del petróleo que importa de Venezuela.

En su momento Hugo Chávez –quien ya tiene una década en el poder– pudo convocar una Asamblea Constituyente no prevista por la Constitución Venezolana de entonces, porque nadie dentro de la institucionalidad se opuso realmente, ni había nada que lo prohibiera o normara. Zelaya, para seguir los pasos del Caudillo socialista venezolano ha debido construir una mayoría parlamentaria, que le permitiera alcanzar esa Asamblea Constituyente que le sirviese de sastre de un nuevo traje a la medida al aspirante a caudillito. Jugó adelantado por falta de tiempo, y apostando al argumento por el que los demócratas han destruido las Repúblicas desde la antigüedad: que la voluntad de la mayoría es Ley; y no lo es. La voluntad de la mayoría en la democracia está sometida a dos límites, el respeto del derecho de toda minoría, hasta la de uno sólo; y el respeto a la institucionalidad republicana que se crea, además de para proteger los derechos individuales, con el claro objeto de garantizar que los cambios de opinión signifiquen la formación de nuevas mayorías, y con ellos se produzcan cambios pacíficos de gobierno. Esa es la única virtud real de la democracia, la que justifica sufrir todas sus notorias deficiencias. Retírense las barreras republicanas a la voluntad de la mayoría, y esta instituirá, más temprano que tarde una tiranía, tras lo cual su posterior cambio de opinión no le será suficiente para cambiar de gobierno pacíficamente.

Los socialistas radicales apostaron en Honduras a que el momento era idóneo para sostener ese argumento exitosamente, y con ello ahorrarse el largo e incierto camino de destruir la institucionalidad desde adentro paciente y ordenadamente –cosa que también se ha practicado con éxito para establecer totalitarismos socialistas, de signo variado, en diferentes lugares y tiempos– y lo hicieron porque de tal crisis podían sacar más que de cualquier otro escenario previsible en Honduras; midiendo a la actual administración norteamericana la reputan incapaz de defender el orden republicano contra la circunstancial voluntad de una mayoría democrática, incluso si aquella fuera aparente. Y en eso tienen razón, la administración Obama, como claramente muestra su primera reacción, está ideológicamente inclinada a apoyar que un ejecutivo democráticamente electo use como papel sanitario cualquier constitución en la medida que cuente con apoyo mayoritario para ello. ¡Que más quisieran que hacer eso y más en Washington! Y si los que asumen el papel de defensores del orden republicano cometen errores importantes, de forma y de fondo, como ha ocurrido en este caso, la posibilidad de que Zelaya retorne al poder, OEA mediante, es mucho mayor de lo que pudieran creer quienes se empeñan en ver el mundo como era, y no como es.

Pero la ideología es la ideología, y los intereses son otro asunto. No es seguro cual es papel que jugará Washington en todo esto, ni como lo jugará, aunque en cosa de horas, o a lo más días, lo veremos. Por otro lado, lo que si es claro que para los libertarios es que si de una parte es imposible defender a un presidente que viola clara y arrogantemente la constitución que juró defender, tampoco se puede poner las manos en el fuego por los militares y políticos hondureños que destituyeron, no tan constitucionalmente, a su presidente, entre otras cosas porque lo ocurrido con los embajadores de Venezuela y Cuba demuestra, no solo su torpeza, sino su escasísimo y muy circunstancial apego a las formas republicanas en cuya defensa dicen actuar. Así que si el asunto de fondo es claro: Zelaya violó la constitución y se declaró, desde la Presidencia, en rebeldía contra el orden Constitucional, arriesgándose a ser depuesto, como en efecto lo fue. Pero la verdad es que dicha destitución es un riesgo muy bien calculado del que el bando del que forma parte Zelaya esperá ganar mucho. Aquí estamos, y lo que sigue no es nada claro, entre otras cosas porque a los poderes geopolíticos continentales a las que les tocó enfrentarse en Honduras, el orden republicano les importa el mismo rábano.

A quienes defendemos los principios del orden republicano como el frágil y delicado logro civilizatorio que son, nos preocupa y molesta lo que intenta –y va logrando– en su contra Chávez en Venezuela, tanto como lo que intenta –y también va logrando– en su contra en Colombia Uribe, no menos que lo que intentaba –y aún podría lograr– Zelaya en Honduras, y tantos otros en tantas partes. Nos molesta con independencia de los resultados positivos que en ciertos aspectos de enorme importancia puedan, o no puedan, exhibir tales mandatarios, o de los intereses internacionales a los que se alineé cada cual de ellos. Por eso, si la intención autonomista de algunos departamentos bolivianos nos parecía perfectamente legitima, los procedimientos adelantados por su Prefectos en su momento, tan parecidos a los de Zelaya hoy, nos parecían desastrosos, incluso para su propia causa; entre otras cosas porque su premisa se había reducido a la misma de Morales, la de la voluntad ilimitada de la mayoría democrática, que fuera la mayoría nacional o regional, es otro asunto.

Pero los poderes que se enfrentan en torno a Honduras, y la mayoría de una opinión pública desorientada, no creé en principios republicanos, sino en tomar posición por o contra Zelaya, por o contra Uribe, por o contra Chávez, por o contra los caudillos o caudillitos, y cuando eso pasa el mismo que defiende la intención de Uribe de eternizarse en el poder, condenará la de Zelaya y viceversa. El mismo que defendió ilimitadamente los referendos inconstitucionales de Bolivia, criticará ilimitadamente el intento del mismo tipo por Zelaya. Eso, que en los intereses obscuros tras el telón es astuto maquiavelismo, en la opinión pública desinformada es pura y simple torpeza. A fin de cuentas las mayorías que destruyen repúblicas actúan en contra de su propio interés de largo plazo por perseguir en de corto plazo, y en ocasiones por la simple y poderosa fuerza de la envidia.

Que en Honduras se sostenga la Constitución, o se terminé en otra tiranía, son dos cosas que pueden ocurrir con o sin Zelaya en la presidencia –de varias formas diferentes– porque un tremendo problema es que quien claramente decidió saltarse a la torera su carta magna desde el ejecutivo, lo hizo a partir de un apoyo electoral mayoritario. Y eso, en estos tiempos, casi todos los gobernantes en este continente –de Washington a Caracas, pasando por Bogotá– lo comparten plenamente. Así que si el destino de Zelaya pareció incierto, lo más probable es que no lo sea tanto. Si de apostar se tratase, lo lógico sería apostar que estará en Tegucigalpa reinstalado en cuestión días, no es del todo seguro, aunque es lo más probable. Pero lo que si es muy incierto, con relativa independencia de cómo se “resuelva” esta crisis atípica, tan propia de los nuevos tiempos y a la que la infinita flojera mental se empeña en ver con los anteojos de tiempos pasados, es el orden republicano, en Honduras y en el continente en entero.

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